martes, 28 de abril de 2009

Arquitectos que no fueron-Presentación del Libro





> Amigos:

De no mediar inconvenientes, el próximo viernes 12 de diciembre de 2008 a la hora 19, presentaremos el libro "Arquitectos que no fueron" elaborado por una Comisión de familiares, amigos y compañeros de los estudiantes y egresados de la vieja FAU (hoy FAUD) de la Univ. Nac. de Cba. que fueron Víctimas del Terrorismo de Estado.

El período así denominado, está comprendido entre el 05 de febrero de 1975 al 10 de diciembre de 1983.

El 05 de febrero de 1975, es la fecha del Decreto 261/S del Gobierno de María Estela Martínez de Perón, que legitima y ordena a las Fuerzas Conjuntas "aniquilar la subversión apátrida" y continuado después por el Golpe Militar del 76.

El 10 de diciembre de 1983 es el retorno a las Instituciones democráticas con la asunción del gobierno constitucional de Raúl Alfonsín.

Esta presentación, será en el edificio viejo de la Facultad de Arquitectura, Av. Vélez Sársfield 264, edificio al que concurrieron nuestros Compañeros.

Abrazo.

Y fuimos. A la ex Enet y al Perito. A no “dejar pasar por un costado a la historia esta”.
32 años después de que los queridos compañeros alumnos de estos colegios fueron secuestrados y desaparecidos por la terrorífica dictadura que usurpó el poder a partir del 76.
Estuve primero en la ex ENET, en el acto de homenaje a Guillermo “Pocho” Silveira, el cual ha tenido una vasta difusión en los medios (adjunto links), por lo que me referiré a lo acontecido en el Perito. A ese Colegio Perito Moreno al que le he dedicado tantas páginas recordando nuestro paso por el secundario, pero en el que jamás pensé podría vivir algo tan conmovedor como en esta ocasión.
Cuando llegué me encontré en la escalinata con José, el hermano de Raúl “el Negro” Trigo, y luego, en el hall de entrada, con sus hermanos y su mamá Ana, a quien hacía muchísimo que no veía y que con sus increíbles rozagantes 83 años aguardaba – con ese digno coraje que tienen las Madres – el momento de iniciación del acto.
Fue ella una de las que descubrió la placa con las fotos y palabras recordatorias en memoria de su hijo Raúl , de Susana Jenkins, Lidia del Carmen Soto y Miguel Ricardo Chiernajowsky. Dificil describir el momento. Tal la emoción que nos embargaba.
Al ver sus rostros no pude evitar pensar en el tiempo transcurrido y en que bien podría – lo dije después – haber estado el mío en lugar o junto al de ellos. Tiempo transcurrido y detenido a la vez, donde el pasado parecía irrumpir en el presente, apoderándose de él, a la vez que un torbellino de sentimientos se entremezclaban con las vivencias e imágenes que venían a la memoria, oxigenando nuestros corazones, que tanto han luchado para no ser aplastados por el olvido.
En ese mismo colegio, donde crecimos juntos, soñamos juntos, amamos juntos, penamos juntos, reímos juntos, cuando sentíamos la vida toda por delante y el mundo era nuestro, nos encontrábamos ahora mirándonos a nosotros mismos, eternamente jóvenes, sabiendo a la vez, por eso mismo, que vamos de a poco, dejando de serlo.
En tanto, ya en la galería, nos aguardaban los abanderados, esperando que pasáramos al gimnasio donde se desarrolló el acto. Con la presencia de alumnos, profesores, familiares, amigos, compañeros, vecinos, la emoción se intensificó por el recibimiento.
Luego de la entrada de las banderas cantamos el Himno Nacional, y yo recordé que seguramente lo había hecho por primera vez, alli mismo, en el año 1962.
Después hicimos un inolvidable minuto de silencio y posteriormente habló Angélica, la hermana de Raúl, recordando, entre otras cosas, su pasión por la arquitectura y su amor por Comodoro.
Y antes de que cerraran el acto los funcionarios (a quienes agradezco) tuve la oportunidad yo también de expresar mis recuerdos con Raúl - con el que compartimos nuestra adolescencia y nuestros años de universidad en Córdoba-, de rescatar la causa de su (nuestra) lucha, sueños y anhelos revolucionarios, y de leer un poema en su homenaje y de los otros compañeros, y por la memoria de todos los desaparecidos, que están y estarán siempre presentes.
Por último, cantamos el Himno del Colegio.
Y una ternura entrañable inundó nuestros cuerpos y nuestras mentes, haciéndonos henchir de una apacible y embriagadora felicidad: la de haber podido recuperar, para el colegio y sus alumnos, la historia de cuatro de sus mejores hijos. Nada menos.

Miguel Angel de Boer

Comodoro Rivadavia, noviembre, 2008

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